En su teoría de la relatividad, Albert Einstein menciona que nuestra realidad se constituye por cuatro dimensiones: anchura, longitud, profundidad y tiempo. En las tres primeras, pode- mos trasladarnos como queramos; sin embargo, en la cuarta estamos atrapados a solo avanzar hacia adelante. ¿Cómo entenderlo?
Imaginemos una tela completamente plana y tensa en donde colocamos una bola de plomo de un kilo de peso. Si hacemos esto, veríamos cómo se hunde la tela con el peso. Ahora, imaginemos que esa tela es el espacio-tiempo y esa bola de plomo es nuestro Sol.
Si consideramos eso, entre más masa posea un cuerpo, podría- mos decir que su capacidad para atraer otros cuerpos hacia él, como lo hace el Sol con la Tierra, sería mayor.
Si consideramos eso, entre más masa posea un cuerpo, podríamos decir que su capacidad para atraer otros cuerpos hacia él, como lo hace el Sol con la Tierra, sería mayor.
Ahora, cuanto más se hunda esa tela imaginaria significa que el tiempo-espacio podría deformarse más, por lo que si colocamos una gran cantidad de masa en un solo punto, teóricamente es posible doblar el tiempo hasta formar una especie de circuito o círculo, llamado bucle, que nos permita regresar a nuestro punto original. Sin embargo, en 1949, Kurt Gödel mencionó que esos bucles solo podían existir si el universo giraba, lo que no sucede.
Otras formas para crear un bucle sería utilizando cuerdas cósmicas que, teóricamente, son defectos muy delgados en el espacio que se extienden a lo largo del universo. El problema sería encontrarlas y juntar dos de ellas. Una manera alternativa serían los puentes que plantea- ron Albert Einstein y Nathan Rosen en los años treinta y que, en teoría, conectarían dos agujeros negros en el espacio-tiempo.
Para entenderlos, debemos imaginar que un agujero negro cuenta con una masa tan densa que nada escapa de su fuerza de gravedad. A esto se le conoce, a grandes rasgos, como singularidad. Para no caer en ella, y atravesar este puente, dos estudiantes de doctorado, Michael Morris y Ulvi Yurtsever, plantearon en los ochenta que se requeriría contrarrestar esa enorme gravedad con algún tipo de energía que ejer- ciera presión negativa y estuviera asociada con la antigravedad. Para ello, se planteó el uso de “energía exótica”.
El problema es que no estamos seguros de la existencia de los puentes y no sabemos qué es ni dónde está la energía exótica. Sin embargo, según el doctor Darío Núñez Zúñiga, del Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM, “no existe una ley que impida la existencia de fenómenos moviéndose más rápido en el tiempo, que sería viajar al futuro”.
La Tierra dista mucho de ser una esfera perfecta. Sus enormes montañas y sus profundas fosas le dan a su superficie una apariencia irregular. Como consecuencia de estos cambios de altitud, los seres humanos y demás organismos vivos nos encontramos más cerca o más lejos del centro de nuestro planeta.
En cada lugar de la superficie terrestre en que nos coloquemos, sentiremos una atracción gravitacional diferente, aunque estas diferencias solo pueden ser percibidas por instrumentos de alta precisión”, menciona la doctora Elsa Leticia Flores, especialista en geomagnetismo e investigadora del Instituto de Geofísica de la UNAM.
En 2013, distintos científicos del Centro de Geodesia de Australia Occidental, en Perth, y del Instituto de Geodesia Física y Astronómica, ubicado en la ciudad alemana de Múnich, elaboraron un mapa de alta resolución con las variaciones gravitacionales de la Tierra. El estudio, publicado en la revista Geophysical Research Letters, se basa en datos recopilados por los satélites GRACE y GOCE, puestos en órbita con el único propósito de medir la gravedad del planeta cada 200 metros. El mapa sintetiza la información de casi 80% de la superficie terrestre.
El punto del planeta con menor fuerza gravi- tacional se encuentra en la cima de la montaña Huascarán, en los Andes. En contraparte, el sitio donde hay una mayor fuerza gravitacional está cerca del Polo Norte, en el océano Ártico.