Algo extraño ocurrió el 30 de junio de 1908, poco después de las siete de la mañana en la región siberiana de Tugunska. Una terrible explosión, de potencia equivalente a un arma termonuclear de unos 15 megatones, derribó al instante todos los árboles en un radio de 50 km.
Fue de tal magnitud que incluso la registraron estaciones sismográficas y una estación barográfica en el Reino Unido. Los habitantes del lugar no daban crédito a sus ojos. Porque, además, la cosa no acabó ahí: en los días que siguieron a tal suceso, en muchos países de Europa el cielo se pobló de nubes noctilucentes, azules blanquecinas, eléctricas, que parecían brillar en la oscuridad. ¿Qué estaba ocurriendo?
Tras años de investigación, los científicos creen que aquel día un cometa se vaporizó al chocar contra la atmósfera terrestre. Eso se sumó al impacto térmico provocaron la destrucción.
Este fenómeno, también, podría explicar que aparecieran las bellísimas nubes noctilucentes. Éstas suelen formarse al borde del espacio, en la capa atmosférica de la mesosfera, de ahí que también se las conozca como nubes mesosféricas.
Se originan por el impacto de meteoritos contra la atmósfera; el color azul blanquecino que tienen se debe al vapor de agua congelado, que se adhiere a la estela de polvo que deja tras de sí el meteorito y forma pequeños cristales. De ahí que al darles el sol, parezca que brillen.
Suelen verse en las regiones polares, sobre todo en verano. Y la NASA incluso dispone de un satélite dedicado a observarlas, el AIM.